LABERINTO

"Lugar formado por pasillos y encrucijadas, intencionadamente complejo, para confundir a quien se adentre en él"

  





   













      Dicen que un caballero sin armadura al que no le asustaban los laberintos, al que le fascinaba perderse en ellos y el desafío de encontrar su salida, entró un día en el más misterioso de los laberintos jamás imaginado. 
Apenas se adentró en él,  sintió que algo le tocaba el alma y le empujaba a penetrar más en ese lugar.
Sin duda era el laberinto más hermoso que había visto nunca. Pasillos, estancias, esquinas, subidas, bajadas... cruces con bifurcaciones imposibles, escaleras que llevaban a otros niveles... Toda, absolutamente toda esa impensable y misteriosa obra arquitectónica era perfecta, como si su, a priori, anárquico diseño tuviera un por qué, como si todo estuviera construido en su sitio justo siguiendo el patrón de una lógica superior.
El hombre se adentró caminando por ese laberinto con tanta ilusión que su corazón lloraba de alegría, "Qué laberinto tan bello como misterioso" pensó.
El suelo, a veces, de piedra color marfil, que a cada paso daba una gran sensación de firmeza. A veces era de cálida arena blanca, y otras de suave y fresca hierba. Las paredes... eran una perfecta sintonía entre el oro blanco y la madera viva, y las esquinas hechas de barro fresco permitían ser esculpidas con las manos. El techo...?  todo el techo del laberinto era un espejo de cristal, para poder reflejar tanta belleza. Una característica de ese lugar, llamó especialmente la atención del hombre. Y es que cada rincón del suntuoso laberinto olía a canela.
El hombre caminó y se perdió en el enigma de ese laberinto y su olor a canela, decidió dar forma con sus manos a todas las esquinas de barro que encontraba en su camino para marcar su paso por allí, suavemente, les dio forma redondeada eliminando así toda arista, dando más belleza si cabe a ese complejo ir y venir de pasadizos y estancias.
El tiempo pareció desaparecer, o sencillamente, hipnotizado por la magia de aquel laberinto, dejó de tener importancia.
En ocasiones, el hombre, se paraba en algunas de las estancias, que eran como jardines del Edén, llenos de color, hermosas flores salvajes y deliciosos frutos. Descansaba desnudo en sus fuentes de agua caliente y bebía el néctar que de ellas salía.
Hechizado por tanta belleza y las embriagadoras sensaciones que recibía pensó que ese lugar tuvo que ser creado por un buen arquitecto, el mejor de todos ellos. Sin duda ese laberinto sólo podía ser obra de Dios. Y si Dios creó esa obra, entonces, sin duda, era un regalo divino, pues siempre soñó con perderse en un laberinto así, por lo tanto, era un regalo de Dios para él, y el hombre hizo una petición al creador... "Dios, acepto tu regalo y sólo te pido algo, que nunca jamás encuentre la salida de este laberinto, que su olor, sus jardines, sus curvas... sus misterios me envuelvan y me abracen por siempre" y así rezó el hombre.

Un día, caminando feliz por su laberinto, apasionado por seguir descubriendo sus misterios, llegó de nuevo a una estancia por la que ya había pasado antes y... algo terrible ocurrió. El hombre se quedó estupefacto al ver las esquinas esculpidas y suavizadas por él, marcadas por las manos de otra persona. No podía ser!!  cómo era posible!!. Alguien había entrado en esa estancia, en su jardín, y había comido de sus frutos bebido de su néctar y bañado en sus fuentes.
Sintió que se le rompía el alma, como si su corazón fuera atravesado por la fría hoja de una espada, no podía creer que alguien más vagase por su laberinto, por su regalo divino, por la obra que Dios hizo para él, era algo incomprensible, ese era su laberinto!!  y se suponía que mientras no encontrase la salida, nadie más podía adentrarse en él!! y el no quería salir, no quería encontrar la salida, eso es lo que le pidió a Dios, por lo tanto el laberinto era suyo y no podía haber nadie más en él. Incomprensible!! y... quiso entender.
Empezó a correr por su laberinto, esperando encontrar al intruso, esperando respuestas a este nuevo pero doloroso misterio que le estaba haciendo astillas el corazón.
Corrió y corrió, y cuanto más corría, cuanto más creía saber o descubrir, más se dejaba llevar por el dolor, por la ira y eso fue lo que le hizo tropezar y caer. Había tropezado con una piedra del suelo, pero... cómo era posible!!, su laberinto era perfecto, no podía haber piedras sueltas en el suelo, observó a su alrededor con los ojos ciegos por esa ira, y vio que su laberinto ya no era tan hermoso, el suelo ya no era tan firme ni sus paredes tan brillantes, incluso el olor a canela parecía diluirse entre otros olores que no reconocía... cómo huele la traición?? cómo huele la mentira...?  Y así, pensó en destruir ese falso regalo, esa gran mentira que le rompió en mil pedazos el corazón y nubló su alma. Cogió una de las piedras del suelo y se dispuso a lanzarla con rabia hacia el cristal del techo, pero... entonces pudo verse reflejado en él, pudo ver sus ojos llenos de ira y sintió compasión de él mismo y se arrepintió de querer destruir el laberinto, al fin y al cabo, entrar en ese laberinto fue lo más hermoso que le había pasado nunca.

Y así, el hombre aplacó su ira, pero decidió que lo mejor era salir de ese laberinto. Y emprendió el camino de buscar la salida.
Caminó... el tiempo y el cansancio empezaron a pesarle. Buscó y buscó esa salida pero no conseguía encontrarla, y se desesperó, sintió por primera vez frío, hambre, sed, hasta que, agotado, casi muere, pensando que quizá esa sería la única salida posible.

"No salir jamás de ese laberinto, nunca encontrar la salida". Esa fue su petición a Dios, y se dice que si un alma desea algo de verdad, entonces todo el Universo (Dios) conspira para que lo consiga.

El hombre empezó a llorar, pensando en cómo encajar las piezas del puzzle. Tal vez su alma en realidad no deseaba salir aun del laberinto. Tal vez sólo saldría si el propio laberinto quisiera mostrarle la salida, tal vez...
De cualquier forma "Deus non alea ludere", ergo todo tiene un por qué, todo forma parte de un plan majestuoso, tan perfecto y tan antiguo que ni siquiera existía el tiempo cuando se fraguó.
esa fue la respuesta que encontró el hombre.
¿Perdió su cordura?... Tal vez su mente recurrió a lo "místico" como medida desesperada?...  ¿Quién está realmente en poder de la verdad?, ¿quién tiene todas las respuestas?...
Lo único cierto en ese momento, es que ese pensamiento, esa respuesta, le salvó la vida.

Así, CSA,  siguió caminando por el laberinto y su misterio. Sin saber si está sólo allí o sigue habiendo alguien más caminando por sus pasillos y descansando en sus estancias. Y  pensó que allí seguirá esperando hasta que el propio laberinto le invite a salir o a quedarse, o sea él mismo quien encuentre la salida, si es que su alma desea realmente algún día tomar esa decisión. Caminó y caminó, sintiendo que los pasillos del laberinto eran cada vez más lúgubres, y sus paredes más frías. Y durante un año guardó en su corazón la esperanza de volver a encontrar al final de esos pasillos, cada vez más extraños, una estancia cálida donde descansar seguro y en paz. Pero no encontró lo que su corazón anhelaba y tras algo más de un año, exhausto, se sentó.
Y durante un año más estuvo sentado, escuchando a su yo interior y escuchando a Dios. Hasta que un día levantó su mirada y vio una gran puerta que le era familiar. Dudó, CSA dudó mucho, pero al final, sacando fuerzas de no sabe dónde, se encaminó tambaleándose hacia la imponente puerta, la salida del Laberinto, el Laberinto que toda su vida había ansiado recorrer y descubrir, y mientras se arrastraba hacia esa puerta, el hombre recordaba el tacto de la cálida arena blanca, la fresca hierba, la suavidad del barro de sus paredes, su color, la Belleza reflejada en su techo, el agua caliente, las flores salvajes y los embriagadores frutos, su delicioso néctar y su olor a canela. Dirigiéndose hacia la puerta, de pronto, escuchó una voz... "-perdóname.."   le habló por primera vez el Laberinto, y fue cuando el caballero sin armadura comprendió, y supo la verdad que su corazón se había negado a creer todo este tiempo. "- ...Claro que te perdono Laberinto, y no te odio, jamás podría.  Me gustó, por ti volví a soñar, por ti aprendí a creer, a Amar, mereció la pena intentar descifrar tu enigma y volvería a hacerlo, pero ahora se que deseas liberarme, y así a de ser. Te entrego lo único que no te había entregado hasta ahora Laberinto... mi renuncia, y desde hoy, con mi eterna gratitud y todo el Amor que cabe en mi alma decido dejar de Amarte."



Reflexiones

El hombre del laberinto cometió un error muy común. Se puede decir que incluso pecó de soberbia al pensar que algo tan maravilloso era un regalo de Dios para él. Nuestro “gran regalo”, es la vida, y a partir de ahí, casi todo depende de nosotros y de nuestras decisiones. En nuestra vida rige la ley “causa–efecto”, pues Dios (el Universo) nos ha concedido ese “libre albedrío” para poder dirigir nuestra propia vida y ser responsables de nuestra felicidad. Sino, ¿qué sentido tendría tomar decisiones?.
El laberinto era una opción, seguramente fruto de los deseos del hombre, pero una opción, no una imposición ni un regalo.
A la vez, el hombre era una opción para el laberinto, quizá un motivo para expulsar o no a la otra persona que también caminaba por él.
Eso no significa que una vez, somos, Dios no pinte nada en nuestra corta vida. Nada se nos impone, pero nuestro camino está lleno de señales que a veces, por soberbia, otras por pereza, ignoramos. Está lleno de opciones y de pruebas, a veces duras, que necesitamos pasar, aunque casi nunca somos capaces de entender por qué, ya que nuestra lógica, nuestra inteligencia, nuestra ciencia tienen muy pocos años de experiencia en comparación con el Universo que nos contiene, y tan sólo podemos ver el sufrimiento o el gozo del momento, o con un diminuto margen de tiempo.
Muchas veces tendremos que aceptar la derrota y aprender a renunciar.






                                                 

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